miércoles, 23 de diciembre de 2020

Al que sufre en Navidad

Pudiera enumerar todo lo que salió mal para mí y para mi familia en este año 2020. Pero Dios se ha encargado de poner frente a mis narices las realidades de otras personas cuyo dolor o pérdida superan con creces los míos.


Quisiera que, con recitar algunos versículos bíblicos o decir palabras que luzcan apropiadas, el pesar se vaya. Pero sé que no tengo el poder ni las habilidades para sanar la herida de alguno; mas conozco a Uno que puede sanar, acompañar y crear esplendor donde por ahora solo existe ceniza (Isaías 61:3).


No puedo sacar de mi mente a aquellos que tendrán una silla vacía en sus mesas en la cena de Nochebuena; no dejo de pensar en las video llamadas que no se van realizar, los números telefónicos que no se van a marcar, los mensajes que no se enviarán, los regalos que no se entregarán, las recetas que no se cocinarán, los abrazos que no podremos dar, las risas que no podremos escuchar, las manos que no se podrán sostener, los nietos que preguntarán por sus abuelos y todas las oraciones que no se podrán hacer.


Este año ha dolido, lo sé; por momentos ha parecido que la pesadilla nunca va a acabar y que nuestras fuerzas sí lo harán. Hay mucha gente viviendo alguna clase de duelo, pero supongo que al mismo tiempo, no hay una mejor época para recordar todas aquellas promesas que Aquel bebé nacido en Belén materializó (Lucas 1:72-73) al humillarse y nacer en un cuerpo caído como el nuestro.


Hay una razón para seguir teniendo Esperanza: Él. 


Cristo, que experimentó toda clase de dolor y sufrimiento (Isaías 53:3) sabe y entiende lo que tu corazón siente hoy. Él lee cada pensamiento que no te has atrevido a decir en voz alta y guarda cada lágrima que ha salido de tus ojos en público y en privado (Salmo 56:8). Aunque te parece que no, ha escuchado cada pregunta y Su oído no ha dejado de estar atento a tus oraciones (Salmo 34:15).


Este es un buen momento para que acompañemos a aquellos que sufren. Oremos por y con ellos, recordémosles esas promesas que sostienen nuestra fe, hagamos saber que pueden contar con nosotros y estemos allí si ellos lo solicitan. No prediquemos, no teologicemos, no sermoneemos. Tan solo acompañemos, aun con la distancia que esta pandemia nos ha impuesto.


Mientras quisieras saltarte estas fechas especiales, quiero que sepas que el Dios de toda consolación (2 Corintios 1:3) sigue presente y que Sus manos saben sanar y consolar como una madre (Isaías 66:13) y Él nunca ignora tu tristeza. Ve a Él como estés, háblale de la forma que sabes hacerlo y pídele que te "vuelva a dar vida" y "vuelva a consolarte" (Salmo 71:20-21). 


Una cosa más: el dolor que no se va es un recordatorio de que este mundo no es nuestro final. Siempre estaremos insatisfechos y expuestos al sufrimiento de este lado del cielo. Pero hay algo más, hay una eternidad que Él diseñó para que experimentemos Su gloria y perfección de forma plena. Y no pudiéramos aguardar a esa eternidad si Él no hubiese venido para pagar el precio de llevarnos allá.


Oro para que durante estas fiestas sientas la presencia cercana del Señor en medio de tu dolor y tristeza, tal y como lo ha prometido (Salmo 34:17-18).



"Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra; porque Jehová lo ha dicho" Isaías 25:8


"Aunque me has hecho ver muchas desgracias y aflicciones, me harás vivir de nuevo; me levantarás de lo profundo de la tierra...y volverás a consolarme" Salmo 71:20-21

No hay comentarios.:

Publicar un comentario