(Mi computadora se arruinó, por eso dejé de escribir. Pero me prestaron una y aquí estoy)
----------------------------------------------------------------------------------
Los días en La Palma fueron pasando casi todos iguales. Pero algo empezó a preocuparnos: nuestro estado de salud.
Lamentablemente las pruebas fueron aplicándose solo a pequeños grupos. Al preguntar a los médicos los criterios para seleccionar a estas personas, las respuestas eran escuetas y a veces, hasta contradictorias. En resumen, fuimos del último grupo al que le aplicaron el hisopado nasal y faringeo.
Luego, vinieron los días de espera por la respuesta. De acuerdo al manejo que las autoridades venían dando a los casos positivos dentro de un albergue, no habría que esperar recibir un resultado escrito o un informe de la boca del equipo de salud. Debíamos orar porque no llegara una ambulancia a sacarnos a cualquier hora del día para llevarnos a un hospital. Y por la gracia de Dios, eso no ocurrió. Desde el inicio nuestra petición fue que nuestro albergue saliera limpio...y así fue. Dios es fiel.
Los últimos días fueron muy difíciles. Por un lado, por la incertidumbre de no conocer a ciencia cierta sobre nuestra salud y por otro, porque el día 25, un grupo de compañeros fue enviado a casa. Se nos prometió a los que nos quedábamos que saldríamos al día siguiente. Durante 4 días al hilo, preparamos maletas y el resultado fue el mismo: NADA.
Tratábamos de mantenernos con fe, de orar, de no ser negativas; pero la verdad es que tuvimos momentos de lucha. Nos enojamos, lloramos, reclamamos. La impotencia era terrible. El hecho de que las autoridades, que están para protegerte, te den cero información y además usen la coacción y amenazas sutiles para callarte, no le hace ningún bien a la salud mental y emocional de alguien.
Pasaron un par de días más en la misma situación, pero nosotras decidimos ya no hacer maletas, decidimos dejar de esperar. Yo estaba enojada, lo confieso. Había puesto varias cosas en redes sociales para que alguien nos ayudara. Interpusimos un hábeas corpus en la Sala de lo Constitucional de nuestro país en forma conjunta. A mi mamá siempre le hablaba lo más normal que podía, sin embargo, por dentro luchaba mucho.
Luego, la penúltima noche que pasamos allí, volví a ver un rótulo desgastado que yo misma había hecho y puesto en nuestra puerta de forma personalizada: "Dios es nuestro amparo y fortaleza. Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Estad quietas y conoced que Yo soy Dios. Jehová de los ejércitos está con nosotras, nuestro refugio es el Dios de Jacob." Salmos 46:1, 10a, 11.
Esa noche, con las emociones revueltas leí eso y fue como una señal de ALTO de parte del Señor. Parecía estarme diciendo que dejara de pelear, de enojarme, de exigir respuestas; que simplemente me quedara quieta.
A la mañana siguiente, mi mamá me llama y me dice lo mismo. Me pidió que dejáramos de contar lo que estaba pasando y que ya no hiciéramos un movimiento más. Al rato, mi hermana me dice que había despertado con el mismo sentir. Todo eso fue una confirmación de que Dios me sigue teniendo misericordia y como sabe que suelo tardarme en entender, me lo recordaba de nuevo.
Eso fue todo. No contestamos llamadas ni mensajes de nadie más que nuestra familia y nuestro grupo de la iglesia que oraban a diario con y por nosotras. Dejamos de responder y de publicar cosas. Solo nos quedamos quietas. Recuerdo que hasta me sentía de buen humor, estaba confiando.
Esa noche mi hermana recibió un aviso de un funcionario amigo de una amiga suya: SALEN MAÑANA. Yo, la escéptica, me fui a dormir con un quién sabe en la cabeza.
Desperté temprano con mi alma inquieta, ya no pude dormir. Empecé a leer un poco la Biblia deseando encontrar una respuesta y tengo en mi diario dos versículos:
"Invócame en el día de la angustia; te libraré y tú me honrarás" Salmos 50:15
" ¿Por qué te abates oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, porque aún he de alabarle. salvación mía y Dios mío" Salmos 42:13
Y luego sentí una convicción de que sí saldríamos. A las 8:00 a.m. el médico que mejor se portó con nosotras me envió un mensaje: ¡Feliz viaje! Salté de mi cama y desperté a mi hermana. No puedo explicar la alegría que sentimos.
Después de 37 días, 5 de viaje y 32 de cuarentena, y un proceso que tomó horas para salir del albergue, finalmente, por la tarde llegamos cada una a su casa.
Las emociones de ese día eran muchas y sé que solo quienes lo han vivido me entienden. Pero esa noche, cuando no podía dormir por sentirme desbordada, agradecí al Señor por haberme puesto en quietud. A veces es todo lo que se necesita; dejar de exigir tus derechos, dejar de pelear, dejar de meter tus manos y confiar en ese Papá Soberano que tiene control absoluto, que te defiende y que obra mientras tú te callas y dejas de moverte en tus fuerzas.
Ese es mi Papá. Fue fiel en todo este proceso y me sigue mostrando su Gracia, aún cuando no entienda por completo todos Sus planes.
(Continuará...)
martes, 28 de abril de 2020
Suscribirse a:
Entradas (Atom)