martes, 22 de noviembre de 2016

Cosiendo Mis Hojas de Higuera

En uno de los libros que estoy leyendo se habla de la caída de Adán y Eva en el huerto del Edén. ¿Recuerdan? ¿La serpiente, el árbol, la mentira, el destierro?

Génesis 3:7-8 señala: "Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto". Siempre vi como natural que ellos decidieran coserse esos delantales, ¿quién no lo haría?, se avergonzaron de su desnudez y encontraron una forma inteligente de resolver el asunto.

Nunca se me cruzó por la cabeza que ese simple acto reflejaba la necedad del corazón del hombre por querer resolver las cosas a su manera. Adán y Eva sabían que habían hecho algo terrible, empezaron a sentir cosas que no conocían, el pecado había entrado y empezó a carcomerles de inmediato. Quisieron arreglar de alguna manera su metida de pata, agarraron esas hojas y se cubrieron...luego, el Señor se paseaba por el huerto y ellos en vez de salir a Su encuentro, en vez de correr a pedir Su ayuda y reconocer su pecado, hicieron exactamente lo opuesto: se escondieron.

¿No te parece paradójico? ¿Esconderse del que todo lo sabe? ¿De verdad ellos creyeron que ganarían el juego del escondelero? Para mí, es hasta boba su reacción. Sin embargo, al estudiar y entender lo que había en el corazón de esta pareja, me doy cuenta que yo he hecho lo mismo incontables veces.

Si, he sido desobediente, he pecado y he querido ser autosuficiente y buscar autojustificarme. He cosido muchas hojas de higuera para tratar de cubrir mi falla. He usado la pantalla de un ministerio, un lenguaje muy espiritual, publicaciones muy bíblicas en mis redes sociales o un buen 'performance' en el tiempo de adoración de un servicio dominical-todos como delantales para tapar mi vergüenza o deshonestidad....Pero escucho la voz de Dios paseándose a mi alrededor, llamándome, esperando que yo confiese mi impotencia y mi profunda necesidad de Su redención.

El versículo 21 del mismo capítulo narra que el Señor les hizo túnicas de pieles a Adán y Eva para cubrirles adecuadamente. Esas túnicas obviamente salieron de la piel de algún animal. Es sorprendente como desde el Génesis nuestro Dios nos da un vislumbre de Su plan redentor. Un sacrificio necesario para redimir el pecado de humanos imperfectos que no pueden salvarse a sí mismos. Me cautiva que el Señor nos amara tanto desde el principio de la historia.

No sé cuántas hojas de higuera has entretejido para tratar de taparte, no sé si has corrido a esconderte de Su presencia. Sólo quiero recordarte que esas hojas que estás usando son temporales, pero Él, por otro lado, ya tiene Su plan para redimirte permanentemente. Su Gracia te está esperando para cubrirte.

Ya no huyas de Tu Creador, ya no dejes que la vergüenza y la culpa te alejen de Su amor. Sal, admite tu falta, acepta Su ayuda, tira tus hojas de higuera y cúbrete de Su redención.


"Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad" 1 Juan 1:9 RVR60

" El Señor dice: Vengan, vamos a discutir este asunto. Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo, Yo los dejaré blancos como la nieve; aunque sean como tela tenida de púrpura, Yo los dejaré blancos como la lana" Isaías 1:18 DHH

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Oídos Seguros

En mi rol dentro de la iglesia y el colegio en el que trabajo me ha tocado muchas veces estar sentada frente a alguien que ha fallado. Ya sea porque fueron descubiertos o porque ya no aguantaban el peso de la culpa, ellos llegan a un punto en el que no pueden más y deciden hablar.

Confieso que muchas veces he sido implacable, he juzgado-en secreto o abiertamente-, he negado nuevas oportunidades y he cerrado algunas puertas.


Es bien cómodo estar en la silla de autoridad o liderazgo...pero cómo cambia todo cuando estás del otro lado.

Han ocurrido algunas cosas que me han llevado a estar sentada ahí. Ahora entiendo el nerviosismo, las palabras enredadas, las pausas prolongadas; que parecen la única forma de tener un respiro, la mirada baja y las expresiones de dolor o tristeza. Sencillamente no es fácil sentarse frente a alguien y admitir que estás mal. No es fácil reconocer que pecaste o que tomaste una decisión errada.

Pero soy bendecida al contar con oídos seguros. No son muchos, pero hay ciertas personas cuyos oídos son siempre confiables.

Al estar sentada frente a ellos, puedo quitarme la máscara de religiosidad, puedo hablar con libertad, puedo hacer cuestionamientos sinceros (por los que muchos cristianos me condenarían), puedo expresar mis dudas respecto a lo que Dios está haciendo o no ha hecho aún.

La Biblia dice "confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados" (Santiago 5:16). El Señor nos anima a no luchar solos. Nos pide "sobrellevar los unos las cargas de los otros" (Gálatas 6:2). 


Representa una enorme liberación sentarte con alguien, ser transparente y bajar la carga de culpa, miedos, pecado oculto, confusión o dolor que has andado llevando.

En temporadas como ésta, agradezco con toda el alma al Señor por los oídos seguros que tengo. Esos que reciben tu llamada no importando la hora que sea, esos que hacen espacio en sus propias vidas para ti, esos que no te condenan, esos que no se asustan a pesar de que muestras tu condición espiritual real, esos que Dios usa para "restaurarme con espíritu de mansedumbre" (Gálatas 6:1).

Siempre lo he afirmado, la vida cristiana no se hizo para vivirla solos. Fue diseñada para luchar y crecer juntos.

Sea cual sea la temporada que estés atravesando, asegúrate de contar con al menos un par de oídos seguros. No temas. Siéntate de frente, se transparente, admite tus fallas y permite que Dios te muestre Su amor y Gracia por medio de esos oídos.


"Si alguno está alegre, alégrense con él; si alguno está triste, acompáñenlo en su tristeza" Romanos 12:15 TLA

lunes, 7 de noviembre de 2016

El Laberinto de los Días Inciertos

A veces olvido que la vida te puede cambiar de un momento a otro. He experimentado varios sucesos que me lo han demostrado: la muerte repentina de alguien que amo, un diagnóstico médico inesperado, un adiós para el que no estaba lista o una ruptura que duele demasiado.

Después de un tiempo de sanidad, parece que lo olvido de nuevo. Establezco una nueva rutina, parece que todo va bien, parece que todo está bajo control. Pero, repentinamente, me descubro en medio de cambios que no pedí y que no busqué.


Me encuentro en medio de días inciertos. Siento que estoy en un laberinto. No sé cómo llegué ahí. Sólo me pusieron en uno de sus recovecos y tengo que decidir qué rumbo tomar.

¿Saben lo abrumador que es estar ahí? Tantas paredes que lucen exactamente igual, tantos caminos disponibles, tantas voces que quieren dirigirte y decirte qué hacer. Hay momentos en que corro, no lo pienso, sólo corro para ver si esa era la salida. Otros, me paralizo, me quedo en el mismo lugar sin dar un paso, porque no me atrevo a moverme. Y en los más duros, sólo he llorado deseando tener claro cómo salir rápido de ahí.

Me pregunto cuánto va a durar, me pregunto si hay una salida real, me pregunto si este remolino de emociones va a desaparecer en algún momento, me pregunto si vale la pena caminar en medio de ese laberinto.

No lo sé. No tengo las respuestas que quiero. Todo es incierto por ahora. La voz de Dios no se escucha por ningún lado. O quizás Él ya dijo algo, pero mis temores y luchas no me han dejado oírle.

¿Cuánto tiempo se puede vivir en la incertidumbre de un laberinto como este? ¿Podré aguantar? ¿Hará Él algo? ¿Va a aparecer?

Demasiadas preguntas para mi humanidad limitada e imperfecta.

En un día incierto como hoy, he decidido aferrarme a lo que sé. Y lo que sé es que Él me ama (Jeremías 31:3), que Él es bueno (Salmos 34:8) y que Sus planes para mí son planes de bien y no de mal (Jeremías 29:11).


Podré no conocer el futuro, podré estrellarme con alguna de esas imponentes paredes que conforman el laberinto, podré pasar más tiempo del que deseo ahí dentro, podré sentirme más sola de lo que quisiera mientras camino por ahí...Pero no tengo elección. O más bien si la tengo, elijo confiar, elijo creerle, elijo depender de Él, elijo no hacerlo por cuenta propia, elijo Su dirección, elijo que se haga lo que Él quiere.

Mi oración de todo corazón es que Él me guíe y dirija mis pasos para salir de ahí. Quiero que sea Su voz la que prevalezca, necesito que así sea. 

"Háblame, no me dejes continuar. Háblame que es por mi bien, háblame y hazme saber que yo estoy mal. Háblame, por favor corrígeme, y aunque duela hazme volver al camino donde un día caminé. ¡Dios, háblame!" (Barak-Dios, Háblame)


"¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti? Y fuera de Ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre" Salmos 73:25-26 RVR60