A veces olvido que la vida te puede cambiar de un momento a otro. He experimentado varios sucesos que me lo han demostrado: la muerte repentina de alguien que amo, un diagnóstico médico inesperado, un adiós para el que no estaba lista o una ruptura que duele demasiado.
Después de un tiempo de sanidad, parece que lo olvido de nuevo. Establezco una nueva rutina, parece que todo va bien, parece que todo está bajo control. Pero, repentinamente, me descubro en medio de cambios que no pedí y que no busqué.
Me encuentro en medio de días inciertos. Siento que estoy en un laberinto. No sé cómo llegué ahí. Sólo me pusieron en uno de sus recovecos y tengo que decidir qué rumbo tomar.
¿Saben lo abrumador que es estar ahí? Tantas paredes que lucen exactamente igual, tantos caminos disponibles, tantas voces que quieren dirigirte y decirte qué hacer. Hay momentos en que corro, no lo pienso, sólo corro para ver si esa era la salida. Otros, me paralizo, me quedo en el mismo lugar sin dar un paso, porque no me atrevo a moverme. Y en los más duros, sólo he llorado deseando tener claro cómo salir rápido de ahí.
Me pregunto cuánto va a durar, me pregunto si hay una salida real, me pregunto si este remolino de emociones va a desaparecer en algún momento, me pregunto si vale la pena caminar en medio de ese laberinto.
No lo sé. No tengo las respuestas que quiero. Todo es incierto por ahora. La voz de Dios no se escucha por ningún lado. O quizás Él ya dijo algo, pero mis temores y luchas no me han dejado oírle.
¿Cuánto tiempo se puede vivir en la incertidumbre de un laberinto como este? ¿Podré aguantar? ¿Hará Él algo? ¿Va a aparecer?
Demasiadas preguntas para mi humanidad limitada e imperfecta.
En un día incierto como hoy, he decidido aferrarme a lo que sé. Y lo que sé es que Él me ama (Jeremías 31:3), que Él es bueno (Salmos 34:8) y que Sus planes para mí son planes de bien y no de mal (Jeremías 29:11).
Podré no conocer el futuro, podré estrellarme con alguna de esas imponentes paredes que conforman el laberinto, podré pasar más tiempo del que deseo ahí dentro, podré sentirme más sola de lo que quisiera mientras camino por ahí...Pero no tengo elección. O más bien si la tengo, elijo confiar, elijo creerle, elijo depender de Él, elijo no hacerlo por cuenta propia, elijo Su dirección, elijo que se haga lo que Él quiere.
Mi oración de todo corazón es que Él me guíe y dirija mis pasos para salir de ahí. Quiero que sea Su voz la que prevalezca, necesito que así sea.
"Háblame, no me dejes continuar. Háblame que es por mi bien, háblame y hazme saber que yo estoy mal. Háblame, por favor corrígeme, y aunque duela hazme volver al camino donde un día caminé. ¡Dios, háblame!" (Barak-Dios, Háblame)
"¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti? Y fuera de Ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre" Salmos 73:25-26 RVR60
lunes, 7 de noviembre de 2016
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