miércoles, 4 de diciembre de 2013

Falsas Acusaciones

Crecí recordando algo que ocurrió cuando yo tenía como 4 años: Una tarde, mi hermano y yo jugábamos en la sala de la casa y mi mamá estaba en su cuarto con mi hermana menor que era una bebé.

Recuerdo que jugábamos con varias cosas, entre ellas una tijera. Yo tomé en algún momento la tijera y la siguiente imagen que tenía en mi mente era la pierna de mi hermano que sangraba a montones.  Él comenzó a gritar y mi mamá llegó corriendo.  Él le contó a mi mamá cómo yo lo había herido. Recuerdo que me pegaron bien fuerte y a él lo llevaron al hospital por la herida. Su cicatriz quedó ahí como un recordatorio de lo que yo le había hecho.


Años después, siendo ya universitarios, luego de un retiro de jóvenes de nuestra iglesia, mi hermano me dijo que tenía que pedirme perdón por algo. Él me confesó que esa herida en su pierna se la había causado él mismo accidentalmente al manipular la tijera. Siendo un niño, se asustó tanto al ver la sangre y sentir el dolor que lo único que se le ocurrió fue echarme la culpa a mí para que no lo castigaran a él. ¡Y vaya que le resultó!

En ese momento me causó mucha risa su confesión, no me sentí enojada ni resentida con él, aunque cada vez que puedo le cuento al mundo el engaño que viví.

Pero, lo que más puedo resaltar de todo esto es el hecho que yo verdaderamente CREÍ que era la culpable. No exagero al decirles que aunque yo no recordaba el momento exacto en el que le metí la tijera, estaba más que convencida que yo la había provocado. Y si mi hermano no hubiese confesado la verdad, yo hubiera muerto creyendo la historia de esa manera.

Y creo que esto sucede también en nuestra relación con Dios. Vivimos cargando la culpa de un error del pasado, acusándonos por haber fallado, lamentándonos por ese instante en el que metimos la pata, sintiéndonos indignos de ser amados o bendecidos, creyéndonos manchados de por vida.

Pero he aprendido que Dios no es  así, es suficiente con hablarle y admitir las fallas cometidas con toda honestidad, y Él da su perdón instantáneamente. No hay necesidad de vivir años sintiéndonos malos o pecadores, Dios ya se olvidó de lo que hicimos si ya pedimos perdón por ello, y con Él siempre hay borrón y cuenta nueva.

No sé cuáles son las situaciones de tu vida que te hacen sentir culpable o alejado de Dios, quizá tu falla te hizo perder algo o a alguien, y si fue así, lamento mucho que haya ocurrido de esa manera. Pero te animo a soltar la culpa, a dejar de acusarte una y otra vez. Ya pasó. El perdón de Dios sigue disponible para ti, y si ya confesaste tu error, no dejes que se te acuse falsamente.

A mí me tomó muchos años darme cuenta que yo no había herido a mi hermano, espero que tú no dejes pasar tanto tiempo para acercarte a Dios y recibir Su perdón.


 Pero si reconocemos ante Dios que hemos pecado, podemos estar seguros de que Él, que es justo, nos perdonará y nos limpiará de toda maldad” 1 Juan 1:9 (TLA)

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