(Por Brenda Maeda de Ramos)
FEBRERO
2014
Empecé a tener síntomas extraños a la hora de comer y
dormir, mi calidad de vida era muy mala y empeoraba cada día. Después de buscar
ayuda en varios lugares, fui diagnosticada con “Acalasia”. Esta es una rara
enfermedad que hace al esófago incapaz
de contraerse y empujar el alimento hasta el estómago, provocando que la parte
que se une al estómago se vaya cerrando poco a poco.
Tuve que ser operada de emergencia, viviendo un dolor inexplicable y una recuperación angustiosa. Todo pasó y aunque sabía que las secuelas son parte de la enfermedad, me fui acostumbrando a ello.
DESDE
ENERO 2019
Alimentos que se me atoraban, vómitos frecuentes,
dolores en el pecho que me doblegaban, despertares abruptos al sentir que me
ahogaba. Volví a tener los síntomas con más frecuencia y más intensidad, justo
como hace cinco años.
Después de muchas citas y exámenes médicos, después de
mucho pánico, escuché las palabras que le había pedido a Dios no escuchar:
“Brenda, no hay otra alternativa más que una segunda cirugía pues de no hacerlo
su vida se expone a consecuencias fatales de forma súbita”.
Yo no quería, no era lo que yo había orado.
Dios, ¡habíamos quedado que con la primera operación
esto se iba a acabar!
Dios, ¿por qué no me hiciste el milagro?
Esas eran mis preguntas y Dios solo contestó: “Esto es
parte del plan”.
JULIO
2019
Fui operada por segunda vez. Le rogué a Dios que no me
doliera tanto como la primera vez. Al despertar, lo primero que razoné es que
no me dolía, que milagrosamente no me sentía tan mal como la primera vez. ¡Dios
estaba obrando!
Al salir de la sala de recuperación me enteré que mi
operación se alargó por casi ocho horas, que lo que encontraron era peor de lo
que imaginábamos y que además tuve una rasgadura en el esófago. Eso significó
alargar mi hospitalización por una
semana y ser alimentada por sonda pues no podía comer ni beber ni una gota de
agua.
El día más feliz
fue cuando después de un examen muy importante me confirmaron que todo
estaba bien, que la rasgadura había cerrado, que ya podía tomar líquidos e ir a
casa.
(Sonriendo porque me acababan de informar que me quitarían la sonda)
MI HOY…
La recuperación ha sido lenta y seguirá por unos meses
más, he tenido que hacer cambios importantes en mi vida para asegurar mi
bienestar.
Como ya pudieron leer, mi milagro no se trata de que
Dios me evitara la enfermedad o que me sanara abruptamente. Mi milagro se trata
de Dios glorificándose a través de un duro proceso. Mi milagro no es el que yo quería, pero es el
que El Señor quiso y eso es suficiente para sentirme bendecida.
En este proceso he aprendido cinco cosas que quiero
compartir contigo:
1. Dios es “sanador
y poderoso” aún cuando me permita atravesar la enfermedad. Muchas veces nos permitirá pasar las pruebas,
pero el milagro será que nos fortalecerá, nos consolará y se glorificará en
nuestra vida.
2. Soy pecadora e inmerecedora de la gracia de Dios
pero Él me bendice porque Él es bueno. Estando en el hospital, una amiga me
compartió estos versículos que resumen lo que el Señor ha hecho en mí:
“Por la
misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus
misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.” (Lamentaciones
3: 22-23)
3. Con esta enfermedad Dios está ordenando mis
prioridades. He entendido que mi corazón y fuerza estaban enfocados en cosas que no son tan importantes como mi
familia y mi relación con Dios. Además, he entendido que cuidarme a mí misma es
parte de honrar a Dios y que ni el trabajo ni los afanes deben anteponerse a
esto.
4. Si una enfermedad o una prueba te acercan a Dios,
eso ya es una bendición. Estoy segura que Dios está usando este proceso para
santificarme aunque sea un poquito. ¡Bendito quebranto que me acercó a Él!
5. He valorado el amor de la familia, de mi iglesia,
de mis amigos. Ese amor también sana y Dios lo usa para fortalecernos en la
prueba.
No sé lo que tú estés viviendo, pero ten por seguro
que aunque Dios no te responda como tú quieres, el milagro que Él te dará será
más hermoso, más grande y más glorioso que el que tú deseabas.
¡Espero puedas
abrazar ese milagro!
¡Gracias por leerme!
(Mi
primera comida después de muchos días sin comer. ¡Bendita gelatina!)
El Señor es real y el que no crea este es un gran testimonio de ello. Definitivamente, los pensamiento del Señor son más grandes que nuestros pensamiento y aunque no entendamos las circunstancias siempre tenemos que estar confiados en que todo obra para bien.
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