sábado, 22 de agosto de 2015

"Si, es contigo! No te hagas el desentendido..."

Uno de mis estudiantes de primer grado al que vamos a llamar Julito, presentó problemas de conducta desde el inicio del año escolar. Además, notamos su tendencia a la agresividad y lo impulsivo que era. Ha visitado mi oficina más veces que cualquier otro chico y las pláticas con su mamá para reportar las faltas de su hijo, fueron cosa de casi todos los días.

Siguiendo el procedimiento que el colegio ya tiene establecido, decidimos pedir apoyo del pastor escolar y del psicólogo. Rápidamente encontramos que Julito cumplía el perfil de un niño perteneciente a un hogar donde había violencia. Su conducta en el colegio era sólo un reflejo de lo que pasaba en su casa.

Quisimos mediar con sus padres. Les informamos lo que nuestras evaluaciones habían revelado. Les citamos y tratamos de ponernos de acuerdo por el bien de Julio. Y digo tratamos, porque no fue más que eso, un intento fallido, un esfuerzo sin éxito. Frente a mí, esos dos "adultos" se ofendieron, fueron maleducados, se alzaron la voz, se culparon sin piedad y nunca reconocieron sus fallas. La comunicación fue imposible. Tuve que suspender la reunión y citarles por separado. La mamá si cumplió con la cita, el papá -el agresor en casa- me movió la cita cinco veces...sigo esperando hablar con él meses después.
Hace algunas semanas la mamá de Julito irrumpió en mi oficina para contarme que el niño estaba con el papá, pues se habían separado. Esta decisión vino como consecuencia de un altercado en casa, en el que el niño agredió a la mamá (si, leíste bien, el niño fue el agresor) y la mamá quiso imponer disciplina de forma inadecuada, al punto de mandar a su propio hijo al hospital. Para hacer corta la historia, hay un pleito legal ahora mismo por la custodia del niño. En un día toda su vida cambió abruptamente.

Después de recuperarse, Julio regresó al colegio y pudimos conversar. Me quedé helada de escuchar la naturalidad con la que me contó los incidentes. Me dio detalles como si fuera una persona mayor. Lo escuché con mucha atención. Luego, le hice algunas preguntas para saber cómo se sentía y qué pensaba. Me impresionó su reacción. Cuando le pregunté por mamá sus ojitos se llenaron de lágrimas de inmediato y la fluidez con la que había hablado se cortó. 

Era evidente que ese chico de 7 años extrañaba a su mamá, y aunque la ve por horas, está sufriendo con semejante situación. Yo no sabía qué decirle. Creo que no hay palabras adecuadas para momentos así. Todo lo que uno diga es inútil, no sirve para sanar el corazón de un niño que atraviesa por algo de esta naturaleza.

Sólo le pude decir que Dios le ama, que Él nunca le ha dejado, que no importa lo que pase en su familia y en su futuro, pues Dios estará ahí. Julito no podía mirarme a los ojos, esquivaba mi mirada, supongo que porque quería esconder el agüita en sus ojos. Terminamos orando y lo abracé tan fuerte como pude. 

Cuando él salió de mi oficina experimenté uno de esos momentos en el que sin pensar mucho le pregunté a Dios ¿por qué?...¿por qué un niño de 7 añitos tenía que estar enfrentando una situación tan dura? ¿por qué tenía un padre enfermo espiritualmente? ¿por qué su mamá había sido tan codependiente y permitió que el espiral de violencia se alargara al punto de volver violento a su hijo?
Luego, dirigí mi atención a otros asuntos, pero un rato después, cuando volví a pensar en Julio, el Señor me devolvió las preguntas: ¿crees que es casualidad que este niño esté en este colegio mientras pasa por esto? ¿y para qué te tengo aquí pues?  Ouch. Si Señor, entiendo.


Es bien fácil culpar a Dios, al gobierno o a otros seres humanos del sufrimiento en el mundo. Pero te invito a reflexionar en las personas que tienes a tu alrededor y que están pasando por circunstancias duras en sus vidas. 

No es casualidad que te hayas dado cuenta del problema de tu vecino, de tu compañero de trabajo, o de ese hermano de la iglesia que se sienta cerca de ti. No es un error que les conozcas. Dios quiere ponerte carga por ellos. Quiere que ores y que les ayudes de la manera que te sea posible.

Quizás te pase como a mí, nos duele mucho ver a otros sufrir, pero eso dura un ratito, luego nos envolvemos en nuestros propios asuntos y se nos olvida. Pero a partir de hoy, cada vez que te enteres de una situación difícil en la vida de una persona, no sólo expreses compasión, entiende que es la forma de Dios para decirte: Si, es contigo, ayúdale, ora por él, escúchale, pregúntale cómo está...no te hagas el desentendido!

Oro porque Dios te muestre la necesidad de otros, pero sobre todo oro porque te sea fácil entender que como hijo de Dios, puedes hacer algo por ellos. 


"Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran" Romanos 12:15 DHH

"El espíritu de Dios está sobre mí, porque Dios me eligió y me envió para dar buenas noticias a los pobres, para consolar a los afligidos, y para anunciarles a los prisioneros que pronto van a quedar en libertad. Dios también me envió para consolar a los tristes, para cambiar su derrota en victoria, y su tristeza en un canto de alabanza" Isaías 61:1-3 TLA

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