miércoles, 18 de septiembre de 2013

Con el corazón triturado...

Un viernes más en el colegio. Alrededor de las 11:30 a.m. entra a mi oficina una maestra para decirme que cierta chica se había salido del aula y al ir a buscarla la encontró sentada en el pasillo llorando. La niña no quería regresar al aula en esas condiciones, por lo que le dije a la maestra que la trajera a mi oficina.

La chica entró, se sentó en el sofá y simplemente con la mirada perdida y la carita triste comenzó a llorar de nuevo. Sin hacer ni un sonido, sólo vi lágrimas caer de su cara. Rápidamente adiviné cuál podía ser el motivo de su estado: sus papás se están divorciando.

Pasaron unos minutos y me sentía tan inútil. No sabía qué hacer, qué decirle, si debía abrazarla o no. Finalmente a cierta distancia le pregunté si me daba permiso de sentarme junto a ella y accedió. Luego, le pregunté si podía abrazarla, me dijo que si. Después de un rato, le consulté si me quería contar qué pasaba. Ella respiró hondo y me dijo: "mis papás ya no están juntos". Le dije que lo sentía mucho, y que imaginaba lo triste que era eso.

Posteriormente comenzó a contarme de una manera increíblemente madura y abierta sobre la situación de sus padres. Habló de lo poco que ahora ve a papá, habló de lo mucho que trabaja mamá, habló de que su hermana al parecer ya no está triste, y que la única triste es ella. No puedo dar detalles acá, sólo les digo que en toda mi vida docente, nunca me había sentido tan impotente ante el dolor de un niño.

Y es en serio, yo tenía ganas de gritarle a los papás y decirles que por más "civilizados" que luzcan, están aplastando la vida de sus hijas, tenía ganas de llevármela a mi casa, tenía ganas de tener una pastilla mágica que la hiciera estar alegre.


Lo único que pude hacer fue leerle esto: "El Señor está cerca de los que tienen el corazón hecho pedazos y han perdido la esperanza." (Salmos 34:18 DHH). Le puse en las palabras más simples cómo Dios estaba con ella y que a pesar de las decisiones de sus papás, Él no se había ido. 

Ella me escuchó y se calmó por un rato. Luego, oramos juntas. Se quedó sentada unos minutos más y ya estaba tranquila. Antes de irse, le dije:

- Recuerde lo que leímos. Dios está cerca de los que....
- ...tenemos el corazón triturado. Completó mi frase poniendo el mensaje en sus propias palabras.

No saben cuánto me dolió lo que dijo, porque sé que esa es la manera en la que ella se siente. ¿Se imaginan? Un corazón triturado. Se supone que un niño no debería de sentirse así. ¿Verdad?

Pero sé que eso que leímos es una promesa de Dios, y sé que ella a sus 8 añitos la está experimentando. Sé que ella tiene más fe que yo y sentirá a Dios más que nunca.

No sé si te has sentido de esa manera. ¿Con el corazón triturado?. Esa promesa también es cierta para tu vida. Él está ahí, contigo. Una de sus especialidades es sacar vida, de lo que ha sido destrozado.


 "El Señor está cerca de los que tienen el corazón hecho pedazos y han perdido la esperanza." (Salmos 34:18 DHH)



viernes, 13 de septiembre de 2013

¡Deja de quejarte!

El fin de semana anterior mi mami comenzó a sentirse un poco mal. Le tomaron la presión arterial y resulta que se le había "disparado". Estaba alta, bastante arriba de los límites normales. Decidimos salirnos de la iglesia e irnos-un día domingo- al grandioso Seguro Social.

A pesar que una doctora amiga nos recomendó con uno de los médicos de turno, nos tocó esperar mucho tiempo. Si ustedes conocen el ISSS, sabrán de lo que les habló. PACIENCIA es una buena palabra para describir lo que desarrollas estando ahí. Y parece que el día domingo todo sucede aún más lento.

Mientras esperábamos que el eficiente equipo de médicos almorzara (todos se fueron al mismo tiempo), les confieso que empecé a quejarme en voz alta, pero sobre todo, dentro de mí. Empecé a quejarme de todo: del pésimo servicio, de que la gente ni te ve a los ojos, de que el seguro privado de mi mami no le cubre los problemas asociados a la hipertensión, que mucho se tardan, etc, etc.



 De pronto, no sé por qué, pero empecé a fijarme en la gente a mi alrededor: Una joven con un evidente problema neurológico que no dejaba de saltar en su silla; un joven con dos ancianitos, cada uno en su silla de ruedas, y él atendiéndolos a los dos; una señora acostada en una camilla a medio pasillo quejándose del dolor, con un suero en su brazo. 

Pero lo que más llamó mi atención fue un señor de unos 50 años, con una camisa tipo polo con rayas blancas y amarillas, que andaba caminando por un rato, se sentaba unos minutos, y luego se asomaba con frecuencia a la puerta de Máxima Urgencia, a tratar de ver qué ocurría adentro desde una pequeña ventanita. Era obvio que algún familiar suyo estaba en esa sala. Ví su cara, la puedo describir como cara de preocupación. Me empecé a preguntar quién estaba ahí adentro, ¿su esposa? ¿un hijo? uno de sus padres?. Créanme que me contagié de su angustia, deseé poder hacer algo por él.

Varios minutos después entendí lo que Dios estaba mostrándome. Mi problema en ese momento no se comparaba con lo que otros estaban pasando. Mi mamá estaba consciente, hablando conmigo, con deseos de comer y su vida no estaba en peligro. Algunas de las personas en el mismo hospital si estaban sufriendo, física y emocionalmente. A mi mamá le dieron una pastilla especial y su presión arterial bajó. Nos fuimos del hospital varias horas después y el señor de la camisa con rayas blancas y amarillas permanecía ahí, en la misma rutina, caminando de un lado a otro, sentándose por ratos y mirando por la ventanita de "la Máxima", como la llaman los empleados del lugar.

Es tan fácil volvernos egocéntricos y pensar sólo en nosotros. Pero de vez en cuando es bueno fijarnos en los demás. Siempre hay alguien con más dificultades que nosotros, siempre hay alguien más necesitado, siempre hay alguien con menos fe y esperanza, siempre hay alguien que ni siquiera sabe cuánto Dios le ama.

Yo pasé esa noche acordándome del señor de la camisa con rayas blancas y amarillas, oré varias veces por su familiar enfermo, y eso me sirvió al mismo tiempo para darle gracias a Dios por la salud de mi mamá. 

Cada vez que tengamos ganas de quejarnos, sería bueno empezar a fijarnos en las pruebas de otros. Les aseguro que es un buen ejercicio para sacudir la queja de nuestras vidas.

"No se quejen" Santiago 5:9 (TLA)



jueves, 5 de septiembre de 2013

"Pancakes de Flor"

El fin de semana anterior mis sobrinos nos visitaron y se quedaron a dormir en mi casa. Mi mamá como buena abuela, se levantó temprano a cocinarnos a todos una buena cantidad de pancakes. Cada pancake que salía de la cacerola era puesto en la mesa para que lo comiéramos calientito. Yo comencé a servirme y para ser honesta no pude evitar notar que no estaban hechos tan perfectos que se diga. Dígamos que mi mami no es una experta haciéndolos (ella me va a matar cuando lea esto!). Pero igual, me los serví.

Después, llegaron a la mesa mis sobrinos, y Daniel de casi 6 años pidió su primer pancake. Él al verlos dijo: "La Abu hizo unos pancakes de flor!!" (se imaginarán que no eran redonditos del todo verdad?). En el momento me puse a reír. Pero al instante vino un pensamiento a mi cabeza: "¿Por qué siempre me tengo que fijar en lo malo y no puedo ver el lado bueno?". Lo que yo había visto como pancakes mal hechos, Daniel lo había visto como una muestra de creatividad de su Abu. Nadie le debatió su idea, él se los comió creyendo que fue intencional que los pancakes fueran hechos en "forma de flor".


Creo que por algo Dios dijo que tuviéramos el corazón de un niño. ¿Se imaginan qué fácil sería la vida si todos viéramos el lado bueno de las cosas malas? ¿Cómo se sentirían los demás si en vez de ver sus fallas viésemos aunque sea algo positivo en lo que hacen? ¿Las personas con las que nos relacionamos a diario esperan de nosotros críticas, regaños o palabras negativas siempre? ¿O saben que les diremos algo positivo aún cuando no han hecho las cosas tan bien? 

Dios es de esa manera también. Aunque conoce mejor que nadie nuestras fallas, estoy segura que siempre ve nuestro potencial y recuerda constantemente nuestros esfuerzos y aspectos positivos.

Aunque los defectos de otros sean tan obvios, detengámonos un poquito y veamos algo bueno de ellos. Seguramente si comenzamos a dar eso a los demás, pronto recibiremos lo mismo. Probemos con la gente más cercana. Pongámonos como meta ver "la flor" escondida tras su desastre. Eso podría hacer una gran diferencia.

"¡Soy el Dios de Israel! ¡Yo soy es el nombre con que me di a conocer! Soy un Dios tierno y bondadoso. No me enojo fácilmente, y mi amor por mi pueblo es muy grande. Mi amor es siempre el mismo, y siempre estoy dispuesto a perdonar a quienes hacen lo malo" Éxodo 34:6-7 (TLA)