Un viernes más en el colegio. Alrededor de las 11:30 a.m. entra a mi oficina una maestra para decirme que cierta chica se había salido del aula y al ir a buscarla la encontró sentada en el pasillo llorando. La niña no quería regresar al aula en esas condiciones, por lo que le dije a la maestra que la trajera a mi oficina.
La chica entró, se sentó en el sofá y simplemente con la mirada perdida y la carita triste comenzó a llorar de nuevo. Sin hacer ni un sonido, sólo vi lágrimas caer de su cara. Rápidamente adiviné cuál podía ser el motivo de su estado: sus papás se están divorciando.
Pasaron unos minutos y me sentía tan inútil. No sabía qué hacer, qué decirle, si debía abrazarla o no. Finalmente a cierta distancia le pregunté si me daba permiso de sentarme junto a ella y accedió. Luego, le pregunté si podía abrazarla, me dijo que si. Después de un rato, le consulté si me quería contar qué pasaba. Ella respiró hondo y me dijo: "mis papás ya no están juntos". Le dije que lo sentía mucho, y que imaginaba lo triste que era eso.
Posteriormente comenzó a contarme de una manera increíblemente madura y abierta sobre la situación de sus padres. Habló de lo poco que ahora ve a papá, habló de lo mucho que trabaja mamá, habló de que su hermana al parecer ya no está triste, y que la única triste es ella. No puedo dar detalles acá, sólo les digo que en toda mi vida docente, nunca me había sentido tan impotente ante el dolor de un niño.
Y es en serio, yo tenía ganas de gritarle a los papás y decirles que por más "civilizados" que luzcan, están aplastando la vida de sus hijas, tenía ganas de llevármela a mi casa, tenía ganas de tener una pastilla mágica que la hiciera estar alegre.
Lo único que pude hacer fue leerle esto: "El Señor está cerca de los que tienen el corazón hecho pedazos y han perdido la esperanza." (Salmos 34:18 DHH). Le puse en las palabras más simples cómo Dios estaba con ella y que a pesar de las decisiones de sus papás, Él no se había ido.
Ella me escuchó y se calmó por un rato. Luego, oramos juntas. Se quedó sentada unos minutos más y ya estaba tranquila. Antes de irse, le dije:
- Recuerde lo que leímos. Dios está cerca de los que....
- ...tenemos el corazón triturado. Completó mi frase poniendo el mensaje en sus propias palabras.
No saben cuánto me dolió lo que dijo, porque sé que esa es la manera en la que ella se siente. ¿Se imaginan? Un corazón triturado. Se supone que un niño no debería de sentirse así. ¿Verdad?
Pero sé que eso que leímos es una promesa de Dios, y sé que ella a sus 8 añitos la está experimentando. Sé que ella tiene más fe que yo y sentirá a Dios más que nunca.
No sé si te has sentido de esa manera. ¿Con el corazón triturado?. Esa promesa también es cierta para tu vida. Él está ahí, contigo. Una de sus especialidades es sacar vida, de lo que ha sido destrozado.
"El Señor está cerca de los que tienen el corazón hecho pedazos y han perdido la esperanza." (Salmos 34:18 DHH)
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