martes, 1 de octubre de 2013

El Susto de Mi Vida

El domingo anterior, fuimos con varios amigos de mi grupo de la iglesia al Lago de Coatepeque, para participar en una carrera. Ya pronto  les contaré de esa aventura, pero ahora les quiero contar algo que pasó al regreso de Santa Ana.

De los cuatro carros que fuimos a la carrera, dos se regresaron temprano y los que veníamos en los otros dos decidimos ir a tomar café antes de volver a San Salvador. Pasadas las 4:00 p.m. nos despedimos y junto con mis amigos Ana y César fuimos los primeros en salir. En su carro también venían su hija Sofía y Samuel, su sobrino. Los niños y yo veníamos en el asiento trasero. Yo sentada atrás del asiento del co-piloto.

Recuerdo que recosté mi cabeza en el asiento y cerré los ojos, durante varios minutos escuchaba lo que los niños venían diciendo. De repente, sólo recuerdo que escuché un estruendo terrible, y fui lanzada hacia el lado izquierdo, sobre los niños. El carro comenzó a avanzar a gran velocidad y yo sólo sentía que golpeábamos contra algo a cada segundo. El carro saltaba y nosotros también. Mi reacción inmediata fue tratar de proteger a los niños. Recuerdo que extendí mi brazo derecho para cubrirlos y que no se golpearan. Estaba sobre Samuel, tratando de agarrar a Sofi. Pero los tres éramos sacudidos sin parar. Yo nunca pude levantar la cabeza para ver contra qué chocábamos, porque estuve sobre el asiento todo el tiempo.

Algo que nunca voy a olvidar son los gritos de mi amiga Ana. Ella venía dormida, y el primer estruendo la despertó. Sus gritos eran gritos de terror. Todo sucedió como en las películas. Todo se sacude sin parar y nadie puede detenerse. La fuerza con la que el carro va es impresionante y los golpes, crueles.

De repente, después de otro golpe fuerte, el carro finalmente se detuvo. Levanté la cabeza e inmediatamente vi a los niños. Ellos estaban bien, asustados, pero bien. Al sentarme de nuevo, no sé de dónde, pero ya estábamos rodeados de varias personas. Nos abrieron las puertas, nos ayudaron a salir, nos preguntaban una y otra vez si estábamos bien. Recuerdo que un señor corrió a abrir el capó del carro y a cortar  no sé que porque dijo que el carro podía echar chispas y agarrar fuego. Yo tocaba a los niños, los veía a cada rato para asegurarme que estaban bien. Nos abrazamos todos y comenzamos a orar en la calle y le dimos gracias a Dios por cuidarnos.

En ese momento nada me dolía. Otro señor que nos ayudó me dijo que tenía algo en mi ojo derecho, yo ni caso le hice porque en realidad no me dolía nada. Yo estaba desorientada preguntando ¿dónde estamos?. Luego supe que estábamos frente a Unicentro de Lourdes, Colón. Le llamé a mis amigos Nelson y Alejandra, que venían en el otro carro atrás de nosotros y llegaron a auxiliarnos. 



¿Qué pasó? No lo sé con seguridad. La teoría es que se reventó la llanta derecha delantera y eso provocó el accidente. Después, Nelson y mi cuñado Alex trataron de ver en la carretera el recorrido que el carro hizo, calculan que fueron unos doce metros que patinamos en todo el arriate de la carretera llevándonos varios postes delgados de concreto, plantas y arrancamos un árbol de mediano tamaño. Nos detuvimos a solo un par de metros de una parada de buses. 

Luego, fuimos al hospital, nos chequearon y gracias a Dios, los daños no son nada comparados con cómo el carro quedó. Sofi sufrió una pequeña fractura en la clavícula. Ana tiene golpes en varias partes del cuerpo. Yo por ahora tengo inmovilizada mi rodilla derecha y me cosieron la boca por una herida interna. Llevé un golpe fuerte en la cara, pero ya espero que se desinflame con el reposo y las medicinas. Milagrosamente los chicos, César y Samuel no tienen absolutamente nada.

Anoche, me vinieron a visitar mis amigos Nelson y Alejandra. Y cuando conversaba con ellos entendí muchos "pequeños" detalles que Dios tuvo con nosotros y que no permitieron que esto fuese peor. Dice Nelson que por donde nos subimos al arriate, pasamos literalmente a tan solo centímetros de un poste de alumbrado eléctrico. De hecho, ese poste arrancó el espejo retrovisor derecho. Si el carro hubiese impactado con ese poste grandote de concreto, probablemente fuese otro el cuento. Ana hubiese sufrido mayores lesiones, el parabrisas hubiese estallado sobre ella y César, o el golpe nos hubiese regresado a la carretera de nuevo y otros carros nos hubiesen golpeado. Pero no fue así gracias a Dios. 

Algunos amigos que han visto las fotos del carro me dicen que no saben cómo nadie se quebró un hueso, o cómo no nos golpeamos las cabezas o perdimos la consciencia. Yo no puedo responder esas preguntas. Mi respuesta es: Dios es Bueno.

Esa noche al volver a casa después del hospital, estaba tan asustada y nerviosa, que le pedí a mi mami que oráramos dos veces, porque no me bajaba el susto. Pero, antes de dormir, leí mi devocional de esa fecha y me impactó lo que decía:
"¡Bendeciré al Señor a todas horas; mis labios siempre lo alabarán! El hombre justo pasa por muchos males, pero el Señor lo libra de todos ellos. Él le protege todos los huesos; ni uno solo le romperán." (Salmos 34: 1, 19-20 DHH). 
Al leer eso, sentí que Dios me decía: ¿Ves? Estuve ahí con ustedes. No les fallé.


Por ahora, estoy obligadamente descansando en casa. Pero al estar acá he recordado que nada en la vida de un hijo de Dios pasa por casualidad. Sé que TODO nos ayuda para bien. Aunque ahorita no entiendo del todo qué ocurrió. Confío en que hay un propósito Suyo tras todo esto. Y pronto Él en Su misericordia nos lo dejará saber. Mientras tanto, seguiré contándole a todos que mi Dios es Bueno.

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