Un día reciente, en los últimos minutos de la jornada, fueron llevados a mi oficina dos chicos de primer grado. Ambos venían llorando, ambos hablaban al mismo tiempo, ambos querían explicar qué pasó. Pero cada uno contaba cosas un poco diferentes. Al final, con un testigo de por medio, se confirmó la versión de uno de los chicos, el agredido. El agresor, seguía llorando y poco a poco fue admitiendo las mentiras que había dicho.
Conversé por unos minutos con el chico. Él lloraba cada vez más y me dio, sin exagerar, 20 razones por las cuales yo no debería sancionarlo: que su mamá es muy enojada, que el otro chico tenía la culpa por atravesar su estómago mientras él decidió tirar una "patada voladora" (esa fue mi favorita!!), que su mamá le dejaba muy marcado el cincho cuando le pegaba, que su papá ya no iba a jugar con él, que lo sacarían a la calle, que lo llevarían a la parada de buses a pedir, que ya no iba a venir al colegio, etc, etc.
Debo confesar que tuve ganas de reírme de todo lo que me decía tan rápido y sin parar de llorar. Al mismo tiempo, por un momento me conmovió tanto cuando me decía con carita del gatito de Shrek "le prometo que es última vez que lo voy a hacer, es mi última oportunidad". La verdad es que no pude asignarle una sanción inmediatamente porque ya era la hora de salida del colegio y él debía irse. Le dije que le informaría de la sanción al día siguiente.
Luego, me quedé pensando en el incidente. Traté de ser justa y pensar con objetividad en los hechos. Y aunque me duela reconocerlo, mi trabajo es apegarme a las reglas del colegio y hacer que se cumplan, y en este caso, el chico en cuestión ya tiene cierto número de faltas acumuladas, por lo que debo aplicar la sanción al nivel de la falta recurrente cometida. Tengo claro que es por su bien que debo corregirlo, también debo proteger a los demás chicos para que no sean agredidos, se debe sentar un precedente para que los demás vean que este tipo de cosas son graves y que nuestras malas acciones/decisiones traen consecuencias.
Supongo que Dios es igual con nosotros, ¿verdad?. Es decir, Él es Dios, es Su naturaleza ser Justo. Si bien es cierto que nos ama con un amor inigualable, también no hay que olvidar que Él no puede pasar por alto el pecado. ¿Pero saben cuál es la buena noticia? Con Él las oportunidades son miles, si no es que millones.
En mi colegio, hay un reglamento que establece el máximo de faltas que un estudiante puede cometer, y una vez se llega a ese número, la decisión es fría y automática: ¡Adiós! Pero con Dios no es así, la Biblia dice que cada mañana la cuota de Sus misericordias se renuevan. Es como tener la plena seguridad que tu teléfono va a ser recargado con saldo cada mañana. No tienes que tener insomnio pensando en que el saldo se te terminó, te vas a dormir tranquilo cada noche porque sabes que a la mañana siguiente el saldo habrá sido puesto en tu teléfono de nuevo, y nunca falta.
Este chico de primer grado recibió la consecuencia por su conducta, ¡pero no me odien!, seguirá en el colegio sólo que con ciertas condiciones. Él y sus padres están agradecidos porque se le permitió continuar. Y yo estoy agradecida con Dios porque Él también me permite continuar y no lleva recuento de mis faltas.
¿Crees que ya te acabaste las oportunidades con Dios? No lo creo. No es lo que la Biblia dice. Puedes acercarte y hacer uso de las oportunidades que hay en reserva para ti. Sólo pídela.
"El amor del Señor no tienen fin, ni se han agotado sus bondades. Cada mañana se renuevan; ¡qué grande es su fidelidad! Y me digo: ¡El Señor lo es todo para mí; por eso en Él confío!" Lamentaciones 3:22-24 (DHH)
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