Revisé un disco duro externo en el que habíamos guardado archivos de una antigua computadora. Me detuve a ver las fotos. Algunas de ellas de muchos años atrás. Empecé a ver caras, recordar momentos y lugares; pero sobre todo a enfocarme en las personas que veía.
Muchas de esas personas en algún momento de mi vida se llamaron AMIGOS. Y creo que si yo tuviera que introducirlos con alguien más, aún lo haría presentándoles como mi amigo, mi amiga.
Mientras veía ese montón de fotos, comencé a hacer un recuento de cuánto han cambiado las cosas en la vida de todos. Y debo admitir que mis emociones se removieron un poco al ver algunas caras, sintiendo nostalgia por muchos de ellos.
He entendido que los amigos, como cualquier otra persona en nuestra vida, no siempre se quedan. Algunos sólo llegan para darte lecciones, para apoyarte en determinada etapa, para ayudarte a crecer, para traerte diversión e incluso para dañarte una que otra vez.
He tenido que aceptar que la gran mayoría de mis amigas están viviendo una etapa ajena a mí. Ahora que son madres y esposas, sus horarios son tan locos y sus prioridades tan diferentes, que no hay mucho espacio para una amiga soltera. Y claro que las amo con todo mi corazón y disfruto al verlas siendo mujeres de familia.
He aprendido que hay amigos que decidieron prescindir de mí por la naturaleza de su vida actual. Y que simplemente ya no me extrañan ni me necesitan. Y eso para mí está bien. El cariño y la confianza que alguna vez existieron siguen intactos. Pero entiendo que Dios ha llevado nuestras vidas por sendas muy separadas.
Por otro lado, he decidido que no quiero seguir teniendo como amigos a aquellos que no se esfuerzan por la relación de amistad. Leí recientemente algo que decía más o menos así: "si ellos no llaman, no escriben, no preguntan nunca cómo estás, no toman la iniciativa y no te corresponden cuando tú lo haces, es momento de aceptar que ellos ya no forman parte de tu vida." Duro, pero real. Y por favor no me mal entiendan. No se trata de un resentimiento, si no del resultado de un proceso que me ha llevado a entender que quizá fueron ellos quienes decidieron salirse de mi vida mucho tiempo atrás. Sólo es que lo he aceptado hasta ahora.
Sigo queriendo mucho a esos amigos con los que me reúno unas cuantas veces en el año, pero que acaparan nuestras conversaciones hablando solamente de ellos. Siempre será un placer escucharles y emocionarme con sus vidas. Pero he hecho la resolución de decirles lo que pienso la próxima vez que nos reunamos.
Y por supuesto que existen aquellos amigos que son eternos. De esos a los que la Biblia les llama hermanos en tiempo de angustia. Los amigos de la vida. Y estoy tan agradecida porque tengo varios de ese calibre.
El dejar ir es un proceso. Mucha gente habla de eso, se usa ese término con frecuencia; pero en realidad es algo sumamente difícil de hacer, que requiere más que fuerza de voluntad y en ocasiones implica pasar un buen período de tiempo tomando la decisión diaria de hacerlo...Yo estoy en el proceso. Y poco a poco voy entendiendo que éste principio de dejar ir es aplicable a cada área de nuestra vida. Se trata de una entrega, de renunciar, de ceder el control y el poder, todo por tu bienestar...porque tu bienestar no tiene precio, está incluso por encima de tus amigos.
Agradezco a Dios por cada uno de los que fueron amigos en el pasado, por los que llamo amigos en la actualidad y por los que aún no conozco; pero llamaré amigos en el futuro. Todos ellos han cumplido un propósito en mi vida. Soy lo que soy gracias a muchos de ellos. Algunos seguirán estando presentes, a otros les he dicho simplemente, adiós.
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