Había una vez un hombre joven que tenía una vida normal junto a su familia. Había cumplido algunos logros académicos y deportivos. Hasta muchos lo tildaban de alguien muy espiritual, con buen corazón, que ayudaba al necesitado en lo que estuviera a su alcance.
Él mismo estaba agradecido con Dios y con la vida por todas las bendiciones que tenía: una linda esposa, dos preciosos hijos, un trabajo estable, buenos amigos, etc.
Cierta noche su esposa notó que aunque no era hora de levantarse, su esposo no estaba en la cama. Ella lo dejó pasar. Luego, empezó a notar que todas las noches ocurría lo mismo, su esposo se levantaba a cierta hora y ella quiso saber la razón.
Una noche se propuso seguirlo. Dejó la cama unos minutos después de él y lo descubrió en el estudio de su casa, bebiendo algo de un bote que luego metió en una gaveta que cerró con llave. Ella le habló y él parecía dormido. Cuando reaccionó le mostró a su esposa el frasco y no supo explicarle por qué bebía de él todas las noches, ni tampoco pudo responder cuál era el contenido del mismo.
Su esposa olió el contenido del frasco y sintió náuseas. Le hizo prometer a su esposo que nunca más repetiría lo que ella vio esa noche, porque era evidente que lo que bebía no era nada bueno. Él hizo la promesa.
Pero, después de varias noches, la esposa volvió a descubrir que él seguía haciendo lo mismo. Él quiso justificarse y le juraba que ni él entendía por qué lo hacía. Ella trató de todas las formas posibles de convencerlo que lo que estaba bebiendo era dañino y que a largo plazo le afectaría de forma irreversible.
Finalmente, una mañana la esposa se despertó y notó que su esposo no estaba con ella. Corrió al estudio y lo encontró tirado en el suelo, inconsciente. De inmediato llamó a una ambulancia y lo llevaron al hospital. Le dijeron que estaba muy delicado y que debían ingresarlo en la Sala de Cuidados Intensivos.
Esa mujer no hacía más que llorar. Cuando los médicos le preguntaron qué había pasado, ella recordó el frasco del estudio. Fue a su casa a traerlo para que los médicos lo analizaran y cuando regresó, encontró a uno de ellos con la cara desencajada. Ella presintió lo peor. Y efectivamente, su esposo se había ido.
Este médico le informó que su esposo había despertado por unos minutos, pero al parecer solo hablaba incoherencias. Cuando él quiso preguntarle qué había ingerido, el paciente solo decía unos nombres y después de un rato, falleció.
El funeral estuvo lleno de gente, todos sobrepasados por el dolor y la preocupación por la viuda y sus hijos pequeños. Nadie se explicaba qué había ocurrido. Incluso llegaron viejos amigos de ese hombre y algunos familiares, que no comprendían por qué él se había alejado de ellos últimamente. Sin embargo, su luto era muy grande y por eso estaban ahí, porque extrañaban a su amigo, su hermano, su primo, su sobrino.
Una semana después, uno de los médicos de Cuidados Intensivos llamó a la viuda. Le pidió que llegara al hospital porque ya tenía el resultado del análisis del frasco que ella había entregado. Ella llegó al consultorio y el doctor le reveló el resultado: VENENO.
Si, su esposo se había estado matando poco a poco. Una rara combinación de sustancias que van quitando la vida pasito a pasito. Esa mujer no podía creerlo. ¿Cómo era posible? ¿Qué lo motivó a matarse? Si él aparentemente era feliz, si tenían una familia hermosa, si iban a la iglesia juntos, si todos lo amaban...Bueno, se había alejado de algunos amigos y familiares últimamente, pero...no, no era motivo suficiente para matarse así. La mente de esa pobre viuda no dejaba de dar vueltas y el dolor en su corazón era tan fuerte que hasta le costaba respirar.
Al escucharla, el doctor le dijo que ahora entendía las últimas palabras que su esposo había dicho antes de morir. No habían sido incoherencias, Él dijo claramente varios nombres cuando le preguntaron con qué se había envenenado. Para el doctor todo estaba claro: Ese paciente murió porque cada noche bebía un poco del veneno de ese frasco pensando en esos nombres que había mencionado. Casi sin darse cuenta, vez tras vez abría ese frasco mientras recordaba esos nombres y cada vez tragaba un poco del contenido.
- Señora, su esposo se fue matando sin notarlo. Ingería a diario uno de los peores venenos que podamos conocer.
- Pero...¿cómo? ¿con qué se mató? ¿cuál es ese veneno?
- Lo lamento mucho, se llama Resentimiento.
"Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco Su Padre les perdonará a ustedes las suyas" Mateo 6:15 NVI
"Líbrense de toda amargura, furia, enojo, palabras ásperas, calumnias y toda clase de mala conducta! Efesios 4:31 NTV
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