viernes, 17 de abril de 2015

¡Señor, De Verdad Me Duele!

Mi sobrino Daniel de 7 años se fracturó un brazo hace unas semanas. Sufrí mucho, pues la familia de mi hermano vive en otro país y en momentos así, uno quisiera tener alas y volar hasta donde ellos están.

Para el niño fue doloroso. Por el tipo de fractura que tuvo, los médicos dijeron que lo llevarían al quirófano e intentarían "hacerle llegar los huesos", pero si no lo lograban, iban a hacer una cirugía. Gracias a Dios la cirugía no fue necesaria, sin embargo; le colocaron dos clavos en forma de X para que ayudaran a que todo volviera a pegarse. Además le inmovilizaron el brazo y tuvo que usar un cabestrillo.
Por tratarse del brazo derecho, se volvió dependiente de un adulto, ya que había muchas cosas que no podía realizar por sí mismo. Había que bañarlo, cambiarlo de ropa, ayudarlo cuando iba al baño, etc. 

Al cumplirse  4 semanas, le ordenaron hacerse una nueva radiografía. Resulta que un hueso no había pegado del todo, por lo que el doctor le alargó todo otras dos semanas. Estuve ahí cuando el tiempo se cumplió y tocaba que le retiraran los clavos. Yo tenía temor de ese proceso, pues conozco personas que han pasado por eso y dicen que es doloroso. Algo en mí me decía que él no la iba a pasar tan bien.

Efectivamente, el médico se atrevió a retirarle un clavo sin anestesia. Yo sólo puedo decirles que escuchaba los gritos desesperados de mi sobrino. Eran alaridos y llanto mezclados. Fueron los peores minutos de mi vida. Aunque yo no estaba viendo lo que pasaba, escuchaba sus expresiones y sufría con él.

 Es un sentimiento de impotencia horrible. Yo quería entrar y empujar al doctor lejos de él. Le grité a mi cuñada desde afuera preguntándole si estaban usando anestesia. Empecé a ponerme toda nerviosa, salí y entré del consultorio muchas veces (ahora que lo pienso me da risa, no entiendo por qué abrí y cerré la puerta tantas veces) y me puse a orar en voz alta pidiéndole al Señor que hiciera algo, que lo anestesiara Él, que ya no le doliera. No me importó que los pacientes que estaban afuera se me quedaran viendo mientras oraba. Yo sólo quería parar su dolor y evitar que sufriera.

Una de las frases que mi sobrinito gritó todavía me resuena en la cabeza. Gritaba "Mami! De verdad me duele!" a todo pulmón. Pienso que quizá él sentía que no le creíamos y no podía explicarse por qué su mamá no lo libraba de eso e intervenía. Parecía que trataba de convencerla de que no estaba fingiendo y que la necesitaba.

Después de un rato, el doctor decidió ya no continuar, dijo que no lo quería traumar (yo tenía ganas de pegarle y pensaba decirle "si traumado ya está!"). Así que fue necesario llevarlo al hospital, anestesiarlo y extraerle el segundo clavo.


                                              (Por cierto, ¡qué guapo es! ¿verdad?)

Cuando él salió de la extracción del primer clavo, traía una cara que nunca voy a olvidar. Venía empapado de sudor, como si se acabara de bañar y una expresión de dolor y miedo que me partió el corazón. Yo sólo lo abracé con todas mis fuerzas y empecé a hablarle suavecito diciéndole que todo iba a estar bien y que ya había terminado esa prueba. Él sólo sollozaba y yo limpiaba las lágrimas de su carita. 
Esa noche se despertó llorando y gritando, era obvio que estaba ansioso, intranquilo, quizá hasta teniendo pesadillas por lo que había pasado.

Aunque no fue el procedimiento que hubiera querido para Daniel, tengo claro que era necesario. Yo quería ponerme en su lugar en ese momento para que a él no le doliera nada, pero entiendo que los clavos no podían quedarse insertados en su piel y huesos para siempre. Éstos ya habían cumplido su función y era tiempo de retirarlos. Era necesario ese paso, para que la recuperación iniciara y volviera a tener movilidad y fuerza en su bracito. 

Esa noche mientras  íbamos a casa, se durmió a mi lado en el carro, yo lo acariciaba y oraba pidiéndole a Dios que le quitara todo dolor y malestar. Sentí que Dios me habló diciéndome que experimenté un poquito del sentimiento que Él como nuestro Papá tiene cuando estamos en medio de pruebas y tiempos difíciles.

Probablemente nos sentimos como mi sobrino. Estamos sufriendo y parece que Dios no hace nada para detener ese sufrimiento. Gritamos, lloramos y le aseguramos que de verdad nos duele todo lo que estamos pasando. Y aunque Él no intervenga, en realidad es porque sabe que necesitamos pasar por eso. 

Eso no significa que Él no se duela contigo, Él está sufriendo como cualquier padre lo hace cuando uno de sus hijos sufre. Él desearía que no pasaras por eso, pero sabe que hay que "sacar esos clavos" porque necesitas avanzar, necesitas estar listo para lo que viene después para ti. 

Es más, si pudiéramos verle, estoy segura que Su rostro estaría lleno de lágrimas por nuestro dolor. Y actuaría como yo lo hice con Danielito, nos abrazaría con todas Sus fuerzas, nos dejaría desahogarnos con Él, nos hablaría suavecito asegurándonos que está con nosotros y que todo va a estar bien...Bueno, en realidad, creo que siempre actúa así, lo que ocurre es, que nosotros estamos tan sumergidos en nuestro propio dolor que no nos damos cuenta lo real y lo presente que Él es o más bien, que siempre ha sido.

Quizá has estado sufriendo por algo recientemente. Quiero decirte que Dios sabe que te duele y no se ha ido. Sostiene tu mano, se queda a tu lado, te limpia las lágrimas, te abraza. Él sabe cuanto le necesitas ahora mismo.

Daniel ya empezó su recuperación, ya comenzó a hacer movimientos con su brazo, que antes no podía. Estoy segura que en unos días el dolor y el miedo se habrán ido. Y eso es cierto para ti también, dentro de poco dejará de doler y estarás bien. Sólo confía.


"Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados" Hebreos 12:11 RVR60

"Pues no ha pasado por alto ni ha tenido en menos el sufrimiento de los necesitados; no les dio la espalda, sino que ha escuchado sus gritos de auxilio" Salmos 22:24 NTV

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